Esta pequeña república centroamericana era hasta hace poco un auténtico sindiós. Un país que encabezaba el podio de asesinatos a nivel mundial; un estado fallido postrado, cuál esclavo a las temidas maras.
Recientemente, se han celebrado elecciones presidenciales libres, limpias y supervisadas por organismos internacionales que han dado fe de ello. Nayib Bukele ha arrasado con una victoria contundente e irrefutable; el sufrido pueblo salvadoreño ha vuelto a otorgarle plena confianza, un pueblo que hasta su llegada a la presidencia no albergaba la más leve esperanza en su futuro, condenado a una muerte lenta. Él ha sido el banderín de enganche, el estandarte, el icono al que se ha sumado el 85 % del electorado. Qué fácil resulta vituperar y desdeñar su victoria desde este lado del charco.
¿A quién votaríamos si viviéramos allí? Vemos a los niños jugando en los parques, los comerciantes atendiendo sus negocios sin sobresaltos, la gente paseando sin miedo, las familias sin la preocupación de que secuestren a sus hijos para enrolarlos en las maras, las chicas sin temor a ser secuestradas y violadas, la economía crece, el turismo ha regresado al país… ¿Acaso no son motivos más que suficientes para votar a quien te garantiza todo eso? Los peajes a pagar son nimiedades comparadas con las ventajas que redundan para el pueblo llano y soberano: vida, futuro, tranquilidad, libertad, sí, libertad. Menos hipocresía y más sentido común, por favor. Francisco Javier Sáenz Martínez. Lasarte (Guipúzcoa).
Fuente: La Voz de Galicia
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