René Martínez Pineda

Sociólogo y Escritor (UES-ULS)

En un segundo, tan largo como un siglo bisiesto, voy de la razón a la locura al saber que no estás aquí, que no hay forma de que estés aquí -aunque tú lo quieras y yo lo quiera- viéndome jugar con los pocos adjetivos, gerundios, metáforas sencillas y verbos insurrectos con los que (desde tu mecedora con la que ibas del mar al cielo en un vaivén inolvidable) comprendías tu universo, el que abarcabas con sólo abrir los ojos; viéndome cómo los torturo, sin tregua ni piedad, para que confiesen dónde pernocta el amor que brotaba del armario de tu pecho atolondrado por quebrantos utopistas. Y en la confesión arrancada, destaca la afirmación que hacías, al apagar tu cigarro sin filtro de la noche, de que es una pérdida de tiempo discutir con cretinos negacionistas y falsamente rectos del recto, porque eso lleva a blasfemar indiscriminadamente.

Y entonces, ya son las 5 en punto de la noche, y es catorce de mayo en febrero, y mis dedos se quiebran para delatar un sentimiento febril que no sabe de horario, ni estaciones, ni calendario, ni formas del rigor mortis, ni asexuados protocolos de escritura, porque los sentimientos insondables no se miden, ni pesan, ni grafican, ni maquillan, ni alinean, ni se suben a la red social que nos roba la conciencia al hacer prevalecer las ausencias sobre las presencias… tan sólo se gozan o sufren, hasta lo indecible del suicidio del imaginario, cuando se mira devotamente a los ojos de enfrente, como si el amor fuera un larguísimo túnel que estamos ansiosos por atravesar para tocar la luz que titila al fondo.

Qué pena que no estás aquí, viéndome echado sobre tus manos de anciana inenarrable; viéndome cómo recuerdo tus sueños conmigo y cómo platico con el cielo que, indiscreto, me cuenta tus misterios embrujados, olorosos a alcanfor y ungüento de altea, que eran capaces de desviar las balas que tenían grabado mi nombre, porque tú conocías el truco para burlar a la muerte. Ya son las 5 en punto de la noche y es mayo en febrero, y la calle -en la que deambulan los demonios de la delincuencia que fueron juramentados como “escuadrones de la muerte”- abrirá sus brazos, cual pétalos negros, para abrazar tu silueta que no sabe de la soledad, ni del frío, desde que se enhebró con la mía en busca de la utopía de los pobres, esa utopía que hiciste tuya cuando escuchaste las homilías drásticas del Monseñor Romero de los pobres… y desde el rincón de la cama me ordenaste, en nombre de Dios, que luchara contra la represión.

Lástima que no estás aquí, hoy que la calle huele a sándalo y no a sangre. Y ya son las 5 en punto de la noche, y es la hora propicia para llegar, sigiloso, hasta tu espalda cansada de ver tanta maldad, taparte los ojos y preguntarte al oído: ¿Adivina quién soy? y tú, sintiendo mi aroma a eucalipto, me responderás con un beso cortito en la mejilla y con otro muy largo en la frente, pues tú sabías cuándo estorban las palabras.

Qué pena que no estás aquí para llevarme de la mano a la biblioteca, ese lugar que me juraste escondía toda la magia. Ya son las 5 en punto de la noche, es hora de olvidar el tedio mortal de la sociología negacionista que nunca anda descalza; es hora de recordar “la retirada” después del primer “golpe de mano” a la Guardia Nacional el día de San Roque; es hora de recordar la primera emboscada que, por orden tuya, le tendí a la injusticia; es hora de recitar la primera puteada que le di al político sifilítico que se enriqueció de la noche a la un poco más noche; es hora de volver a aquello que, por enseñanza tuya, me hizo ser tremendamente humano.

Y aunque no estás aquí, estás cerca, aunque te cobije la distancia del sepulcro; aunque no toques mi sombra que, encorvada, intuyó tu partida. Por eso, no hay forma, no la hay, de que burles el retén que mi nostalgia le ha tendido a tu recuerdo de flor remota que regateaba el cuánto en el mercado. No hay forma… no la hay, de que tu cuánto de abuela que aleteaba en la madrugada se aparte del amor que, silenciosa, razonabas en tus abrazos que volaban hasta mis besos, burlando las ventanas dormidas de la cárcel clandestina que me magullaba el cuerpo; escalando el techo del cuartel donde le dieron choques eléctricos a mí conciencia; rompiendo el manto de obsidiana que quería convertirme en otro más de los miles de desaparecidos por la dictadura militar… pero tú hallaste la forma de sacarme ileso y con las mismas ilusiones.

Qué pena que no estés aquí; no hay forma… no la hay, de que las viejas angustias escatológicas que quedaron dormidas en mis huellas más remotas no salgan corriendo en busca de la angustia de vida que abre mis sueños para enseñarles a sobrevivir a pesar del altruismo de las hojas de mi otoño; a pesar del pesar; a pesar del pañuelo blanco que, hace años, anunciaba cementerios insondables a las 5 en punto de la noche. Pero no hay forma… no la hay, cuando son las 5 en punto de la noche y es mayo en febrero, porque si dejas de envolver con tu mirada de miel mi utopía hecha carne y mis ansias hechas alas, yo tendré que recordarte, y de nuevo serás mi abuela en el embrujo, y de nuevo sentirás cuando te amé en silencio junto al ataúd.

No hay forma de que de mí te alejes, nunca la habrá, porque si dejas de cuidarme de las balas de saliva que suplantaron al plomo, tendría que inventarte con otros rasgos para vivir la sorpresa de verte como si fuera la primera vez: con los mismos brazos, pero con distintos abrazos; con las mismas manos como farmacia popular que tiene la muestra médica de la pastilla que lo cura todo. Te inventaría distinta y seguirías siendo la misma con el mismo sueño de justicia, debido a que de ese invento dependerá mi vida y penderán las alas de zompopo de mayo que tú pusiste en mi espalda para que volara hasta lo indecible del paisaje de febrero.

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